viernes, 13 de mayo de 2016

Lago Brienz

Interlaken está custodiada por dos grandes lagos: el de Thun y el de Brienz. El primero es el más conocido, con famosas montañas como el Niesen o el Harder Kulm y con las vistas de los poderosos y archiconocidos cuatro miles: Jungfrau, Eiger y Mönch. El lago de Brienz no tiene en principio tantos atractivos turísticos, pero una cosa es que no esté tan publicitado y otra que no sea bello. Estamos ante una zona mucho menos concurrida que la anterior, cuyos pueblos son un bonito remanso de paz y dónde los atardeceres en la ribera del lago son inolvidables.
Y es que sus pueblos nos ofrecen eso: tranquilidad, belleza, bucólicos embarcaderos, paseos por la ribera del lago, en definitiva la felicidad de las vacaciones y el estar lejos del ruido de trenes, teleféricos y grandes montañas.
 Este pueblo totalmente desconocido para el turismo que llega a Interlaken es una verdadera delicia para los sentidos. Cuando llegas tienes que aparcar en la parte alta del pueblo ya que en su interior sólo pueden circular los vecinos del pueblo, con lo cual, apenas hay tráfico. Un precioso camino que cruza a través de chalets y casitas desperdigadas lleva al centro del pueblecito que está junto al embarcadero.
Este paseo de apenas 5 minutos es de una increíble belleza. El contraste de colores de los tejados naranjas, el verde oscuro de las montañas, el verde claro de los prados y sobre todo el azul turquesa del lago te cautiva desde el primer momento y ya te anticipa que vas a llegar a un lugar especial.
La tarde elegida era un precioso día de verano suizo, la temperatura era ideal, y el cielo una maravilla. En el embarcadero un joven tomaba el sol y se lanzaba al agua para refrescarse. Algún turista desperdigado leía sentado en un banco y cada cierto rato un barco llegaba al embarcadero componiendo una imagen de postal.
En el museo al aire libre de Ballenberg, las cocinas, habitaciones, salas de estar y talleres de las casas y granjas construidas en forma original de la Suiza rural del siglo XVI y XIX demuestran que no se trata de una muestra de curiosidades anticuadas sino de impresiones y experiencias auténticas.



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