viernes, 13 de mayo de 2016

Laguna Negra


Existen varias rutas bellísimas, mal llamadas turísticas, que exigen ganas de andar y un buen morral. A mi juicio hay dos recorridos que son imprescindibles: el primero se trata de subir por el Muchachón a los Llanos, hasta alcanzar el Pico, que es como llamamos al  Urbión: contemplar el paisaje de las dos vertientes que señala su nombre, llenarse de aire purísimo, bajar visitando las fuentes del Duero, las lagunas Larga y Helada, y dejarse caer por la cara más agreste de la Laguna Negra contemplando desde lo alto la tacita redonda y glaciar de esa laguna que, como dice la leyenda, no tiene fondo...

El otro, a pie llano, consiste en recorrer los parajes paradisiacos que van parejos al cauce del río Duero en la ruta que llaman "de puente a puente", esto es: desde el de Santo Domingo al Puente Soria, pasando por el Pozo San Millán (y contemplar los restos de una antigua necrópolis medieval con sepulturas antropomórficas), los Apretaderos (las hoces del Duero de una belleza extrema), el Refugio (lugar de solaz y descanso donde se halla enclavado el camping).
A poco de llegar don Antonio Machado a Soria como profesor de francés, tuvo noticias de que por tierra de pinares había unos parajes espectaculares, naturaleza virgen, diametralmente opuestos al paisaje que había visto desde el tren, la sobria estepa soriana de la que luego se enamoraría tan profundamente.
Sus amigos del Círculo enseguida organizaron una excursión a los montes de Covaleda al objeto de ver in situ la Laguna Negra, esa bella desconocida de la que se contaban un montón de leyendas. Tomaron unas caballerías y por el antiguo camino de la Muedra (hoy pantano) se adentraron, Duero arriba, hasta llegar a mi pueblo. Hicieron noche en la posada, contrataron a algún pastor como guía de monte, y dispusieron que a la mañana siguiente subirían por el Becedo hasta los farallones de la laguna para gozar de un día de solaz. Total, unas cuatro horas de camino. Al amor de la lumbre —era el tardío—, seguramente hablaron de la laguna, y el pastor les iría contando las leyendas que corren por el pueblo en torno a ella: que sus aguas son negras porque es insondable, que está poblada por seres monstruosos, que cualquiera que se atreva a violarla es objeto de una condena fulminante y voraz...
¿Qué más necesitaba don Antonio, poeta, para avivar su imaginación? No es extraño, pues, que en sus poemas aparezca luego la Laguna Negra con ese halo mágico que encierra por no tener fondo, y que la convierta en tumba eterna del padre de los malvados hijos en La tierra de Alvargonzález
Entre las gentes de Covaleda siempre se ha alimentado la leyenda de que la Laguna Negra tiene mucho de misteriosa e impenetrable. Y es bonito que así sea; precisamente éste es uno de sus encantos, aparte de su belleza natural.

Una mañana de verano, de las muchas que acompañé a mi abuelo por las faldas del Urbión en busca de pastos frescos por culpa del estío, nos llegamos a los parajes de la laguna. Mientras las cabras ramoneaban por los altos, nos acercamos a la ribera donde las aguas reposaban calmas y oscuras, casi negras.
—Oye, Chiquito, ¿sabes que esta laguna no tiene fondo? —me dijo él mientras señalaba con la cachava el óvalo perfecto que forma la laguna glaciar.
Yo me quedé pasmado mientras me imaginaba un agujero profundo que llegara a las inmediaciones del centro de la tierra, es decir: a las puertas del Infierno, y observaba con inquietud aquella masa azul-oscura que reflejaba como un gigantesco espejo las nubes del cielo.





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