A los viajes conviene ir persiguiendo mitos, y el mío, cuando visité el lago Tana, en el Noroeste etíope, no era otro que poner los pies en el lugar donde nace el Nilo Azul. Pero las tierras que rodean al Tana, y el propio lago, son mucho más que un espacio geográfico de donde fluye un gran río. Se trata, sin duda alguna, de la región más importante de Etiopía desde el punto de vista histórico. Durante varios siglos, entre el XV y el XIX, la zona fue elegida por los emperadores abisinios para establecer sus cortes, que en aquellos días eran itinerantes, cambiando de emplazamiento según escaseaban el agua y la caza, y los bosques habían sido cumplidamente talados. Todo ese pasado de aventuras imperiales e incontables guerras ha dejado sus rastros en el área que rodea el Tana y en el interior del propio lago. Es una huella no exenta de riqueza cultural, teniendo en cuenta que Etiopía es el único país del África subsahariana que cuenta desde siglos atrás con lengua escrita, el amárico, y crónicas reales y leyendas trasladadas a libro con más de cinco siglos de antigüedad.
El lago Tana, el mayor de Etíopía, es un pequeño mar interior de agua dulce en un país sin mar. La capital lacustre por excelencia, Bahir Dar, no tiene nada que ver con esa imagen tópica de la Etiopía de la pobreza extrema. Se trata de una ciudad limpia, próspera y ordenada, en cuyas riveras, moteadas de umbrosos árboles, suelen congregarse los lugareños a contemplar extasiados las puestas de sol.
El lago, que en algunos puntos llega a tener una distancia de setenta y cinco kilómetros de costa a costa, cuenta con treinta islas y otros tantos monasterios. Algunas están habitadas y otras no, pero todas tienen su monasterio en lo más alto, aunque también los hay que se levantan en apartadas penínsulas. Para visitarlos, hay que hacer en ocasiones horas de navegación y trepar por senderos empinados a la umbría de antiguos cafetales. La mayoría se encuentran en un estado de conservación deplorable. Suelen ser pequeños edificios circulares que encierran un cubo en su interior, la iglesia propiamente dicha. En uno de los más remotos, el Tana Chekros, a dos horas y media de navegación y cuarenta y cinco minutos a pie, es donde se dice que el Arca de la Alianza estuvo escondida ochocientos años, antes de ser trasladada a su asiento actual en Axum.
El monasterio Ura Kidane Mehret (Nuestra Señora de la Misericordia), en la península de Zege, es de los más notables. Hay media hora de camino pedregoso, ladera arriba, desde el embarcadero hasta el cenobio. Tal vez por ser el más visitado, todo el camino está salpicado de vendedores de souvenirs que no cesan de atosigar a los esforzados visitantes. Los murales que cubren las paredes de su capilla interior reflejan escenas bíblicas y leyendas de la historia sagrada, desde la Coronación de María hasta imágenes de San Marcos alanceando a los infieles. Una manera, sin duda, de enseñar los fundamentos de la religión a gentes iletradas. Lo curioso es que los murales que se contemplan fueron pintados sobre telas de algodón que, después, se pegaron a las paredes de barro y paja del templo. No son obra de ningún artista consagrado, sino la labor callada de monjes y sacerdotes locales.
El lago tiene unas treinta islas e islotes,1 cuyo número varía según sea el nivel del lago, que ha bajado de unos dos metros en los últimos 400 años. Según Manoel de Almeida (un misionero portugués del siglo XVI), el lago tenía 21 islas, siete u ocho de las cuales tenían monasterios en ellas «anteriormente grandes, pero actualmente muy reducidos». Cuando Robert Bruce visitó el área a finales del siglo XVIII, dejó asentado que los habitantes locales contaban 45 islas habitadas, pero que él creía que sólo había once. Un geógrafo más reciente menciona 37 islas, de las cuales 19 tienen y habrían tenido monasterios o iglesias.2
En los monasterios aislados de estas islas se enterraron los restos de emperadores etíopes. En la isla de Tana Cherqos hay una roca que fue en la cual, según la tradición descansó la Virgen María de su viaje de regreso de Egipto; también se dice que Frumentius, que introdujo el cristianismo en Etiopía estaría enterrado en Tana Cherqos.3 El cuerpo de Yekuno Amlak fue enterrado en el monasterio de San Esteban, en la Isla Daga; también en Daga se encuentran las tumbas de los emperadores Dawit I, Zara Yaqob, Za Dengel y Fasilides. Otras de las islas más importantes del lago son la isla Dek y Meshralia.
El Tana es el más grande de todos los lagos etíopes, con 75 kilómetros de largo y 65 de ancho. Se extiende a unos 1.700 metros de altura sobre el nivel del mar y su profundidad nunca va más allá de los 14 metros. Es un lago tranquilo, apenas azotado por las tormentas, y cuenta en su interior con 37 islas. Aparte de algunas lanchas para turistas, el único medio local de transporte lacustre es un viejo transbordador, el Tanana, que navega de Sur a Norte los domingos, del puerto de Bahr Dar al de Gorgora, y de Norte a Sur los miércoles. En condiciones normales, el viaje duraría cinco o seis horas. Pero como este barco es una especie de lechera, pues se detiene en varios puertos de las islas y el litoral, el viaje lleva al final un día y medio.
A pesar de que ya caminamos en el siglo XXI, en el Tana sobrevive otra forma de navegación cuya antigüedad es imposible de calcular, quizás más de 1.000 años. Se trata de pequeñas canoas que los habitantes de la región conocen como tankwas, construidas a base de papiro, bambú y cuerdas, y movidas a remo. Los tankwas no tienen más de tres o cuatro metros de eslora y carecen de quilla. De manera que cuando van muy cargados se hunden en el agua hasta la borda. Duran unos cuatro meses antes de que el contacto con el agua los pudra. Pero hacer uno nuevo no lleva, en los astilleros de Bahr Dar, más de tres días. Sus aguas tienen abundante pesca, sobre todo perca, pez gato y tilapia, y hay algunas familias de hipopótamos, muy peligrosos para los frágiles tankwas. En las agrestes orillas abundan las serpientes pitón y mamba negra, hienas y, en ocasiones, leopardos.
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